El judío lleva a la práctica su naturaleza sin tener piedad alguna con los no judíos y esta actitud ha calado muy hondo en las naciones en las cuales ha venido a desarrollarse. No es únicamente en Occidente donde al judío se le ha atribuido la reputación de usurero sin escrúpulos, sino que esta fama la ha ganado en todas las naciones en la que se ha instalado. El libro de “Las mil y una noches”, recoge, entre numerosos cuentos de diversas tradiciones del mundo islámico, la “Historia de Aladino y la lámpara maravillosa”. Aladino, un niño pobre e inocente, habiendo encontrado una lámpara mágica, habíale pedido al genio de la lámpara comida para poder alimentarse él y su madre viuda. El genio, siguiendo sus dictados, se lo había dispuesto en unos platos preciosos. Dice así este cuento:
“Aladino y su madre tuvieron para dos días con los alimentos que les había llevado el genio. Cuando se hubo terminado la comida, Aladino cogió uno de los platos que le había llevado el esclavo. Era de oro puro, mas el muchacho no lo sabía. Se dirigió al mercado, y lo vio un judío más malicioso que el diablo. El muchacho le ofreció el plato, y cuando el judío lo hubo contemplado, se retiró con Aladino a un rincón para que nadie lo viera. Lo examinó bien y comprobó que era de oro puro. Pero ignoraba si Aladino conocía o no su precio. Le preguntó: “¡Señor mío! ¿Por cuánto vendes el plato?”. “Tú sabes lo que vale”, le contestó. El judío permaneció indeciso sobre lo que había de dar a Aladino, ya que éste le había dado una respuesta de experto. De momento pensó en pagarle poco, mas temió que el muchacho conociera el precio; luego pensó darle mucho, pero se dijo: “Tal vez sea un ignorante que desconoce su valor”. Se sacó del bolsillo un dinar de oro y se lo entregó. Aladino se marchó corriendo en cuanto tuvo el dinar en la mano, y el judío comprobó así que el muchacho desconocía el precio del plato. Por esto se arrepintió de haberle dado un dinar de oro en vez de una moneda de sesenta céntimos. (...)
Aladino, cada vez que se le terminaba el dinero, cogía uno de los platos y se lo llevaba al judío, el cual los adquiría a un precio irrisorio. Habría querido rebajar algo, pero como la primera vez le dio un dinar, temió que si le bajaba el precio se marchara el muchacho a venderlos a otro, y él perdiera tan magnífica ganancia. (...)
Cuando se acabaron los platos, nuevamente Aladino invocó al duende de la lámpara y este le sirvió una mesa con doce magníficos platos con los guisos más exquisitos y cuando se les hubo terminado el alimento, Aladino escondió debajo de su vestido uno de los platos y salió en busca del judío para vendérselo. El destino quiso que pasara junto a la tienda de un orfebre, hombre de bien, pío y temeroso de Dios.
Cuando el anciano orfebre vio a Aladino, le dijo: “Hijo mío, ¿qué es lo que quieres?. Son ya muchas las veces que te veo pasar por aquí y tener tratos con ese judío, al cual le das algo. Creo que ahora llevas algún objeto y vas en busca de vendérselo. ¿No sabes, hijo mío que procuran adquirir los bienes de los musulmanes, de los que creen en el único Dios (¡ensalzado sea!), a precio regalado, y que siempre engañan a los creyentes?. En especial ese judío, con el que tienes tratos y en cuyas manos has caído, es un bribón. Si posees algo, hijo mío y quieres venderlo, muéstramelo sin temor pues te pagaré lo que Dios (¡ensalzado sea!) manda”. Aladino mostró el plato al jeque, y éste lo examinó, lo pesó en la balanza y preguntó a Aladino: “¿Era como éste el que vendiste al judío?”. “Sí, era exacto y de la misma forma”. “¿Cuánto te pagaba?”. “Un dinar”.
“¡Ah!. ¡Maldito sea el que engaña a los siervos de Dios (¡Ensalzado sea!)!”. Miró a Aladino y añadió: “Hijo mío, ese judío ladrón te ha estafado y se ha burlado de ti ya que esto es de oro purísimo; lo he pesado, y he visto que vale sesenta dinares. Si quieres aceptar su importe, tómalo”. El viejo orfebre contó los sesenta dinares, y Aladino los aceptó y le dio las gracias por haberle descubierto el engaño del judío”.
Pero, más allá de todo el marasmo de tergiversaciones y mentiras, ¿cómo llegó a ser y cuál es el substrato humano sobre el que llegó a formarse?.
En primer lugar, deberíamos de tener en cuenta que el judío es la encarnación histórica y temporal de una corriente contrainiciática que existe desde el inicio de los tiempos. Antes veíamos cómo Hitler en “Mi Lucha” dice: “Pues bien, aquí también todo es prestado o, mejor dicho, robado. La personalidad primitiva del judío, por su misma naturaleza, no puede poseer organización religiosa, debido a la ausencia completa de un ideal y, por eso mismo, de la creencia en la vida futura. Desde el punto de vista ario, es imposible imaginarse, de cualquier forma, una religión sin la convicción de vida después de la muerte. En verdad, el Talmud tampoco es un libro de preparación para el otro mundo, pero sí para una vida presente dominante y práctica”. El mundo moderno, es una proyección del Demiurgo-Jehová, a través de su servidor: el judío. Este mundo virtual está poseído por el materialismo y la ausencia del espíritu divino, porque esta es la naturaleza de su “Señor”. De hecho, es la inversión absoluta de la divinidad. La contrainiciación se fundamentaría pues, básicamente, en la negación del ideal divino y de la vida futura o atemporal.
Debido a las circunstancias históricas sucedidas 150 años antes de Cristo, tras la destrucción de Cartago por Roma, esta corriente contrainiciática decide la creación de el judío como estrategia para hacerse con el poder mundial. Desde entonces, el judío habría mantenido su sangre inalterada, esto es, habría practicado una endogamia visceral. En palabras de Serrano, el judío “no sería una raza, sino una anti-raza”.
Serrano afirma que la creación del judío se llevó acabo en “un Pacto de Magia Negra, posiblemente realizado en una “cohabitación mental”. Cohabitación rabínica. Los rasgos animales de los judíos nos los señalan. Cualquier rostro de dirigente, especialmente de los rabinos, muestran rasgos de un animal totémico. El pecado cometido es contra las leyes de las sagradas armonías, algo que no puede borrarse.” (...) “Por ello el judío odia lo bello en la naturaleza. Porque esta belleza es una nostalgia de Hiperbórea”.
A lo largo del tiempo, el sacerdocio judío más “puro” habría mantenido su sangre inalterada. Las diversas mezclas que habría tenido el “pueblo” judío con no-judíos, habrían sido siempre muy medidas, teniendo como único fin asegurar su política y sus planes. Según Miguel Serrano, serían una “cloaca racial”, esto es, una selección a la inversa, una selección hacia el mal y hacia lo bajo.
Algunos autores, afirman que el judío sería un ario degenerado o involucionado. Esta suposición está tomada, tal vez, de las referencias bíblicas a mitos arios, pero ya hemos visto que la ariosofía entiende esas referencias no como una herencia sino como una usurpación practicada por el judío con el único interés de desarrollar la contrainiciación y la inversión.
Hitler dice que “el judío no es un nómada, sino un parásito”. Y esto es fundamental al intentar comprender lo que el judío es según la ariosofía, pues indica que el judío nunca fue un pueblo nómada ni en el 100 antes de Cristo ni nunca jamás. Si observamos el proceder del judío, nunca lo veremos actuar como un nómada, pues jamás en la historia ha ejercido el nomadismo, sino que, por el contrario, para poder sobrevivir, siempre ha necesitado succionar la vitalidad de los pueblos. Su función sería hacerse con el poder de las naciones actuando como un vampiro, para finalmente acabar destruyéndolas. Para ello se limitaría a desarrollarse y actuar según su propia naturaleza, llevando a la práctica su política de usura, inversión de todo orden sano y estrangulamiento social y económico de su víctima.
Como hemos dicho, antes del siglo -II no hay respecto al judío ninguna mención histórica en ninguna parte. Los judíos escribieron su “Antiguo Testamento”, con “su historia”, pero es preciso insistir que ninguna crónica histórica de ninguna civilización menciona jamás la existencia del judío ni los sucesos que ellos pretenden. No existen ruinas ni restos escritos de su historia, como sí podemos encontrarlos de los hititas, los sumerios, los egipcios, los asirios, los libios o cualquier pueblo de la región del Mediterráneo oriental. El conocido como “muro de las lamentaciones” no es obra suya, ni resto de construcción judía alguna, sino ruina ciclópea de una edificación antiquísima de una civilización perdida. Sus fantasías, o su voluntad de engaño, han situado en ese lugar “el Templo”. Dato demoledor es que las crónicas egipcias jamás hablan de el judío, cuando los egipcios se destacaban por dejar escrito todo hecho histórico. De este modo, nos encontramos con que la historia de el judío sólo existe en el “Antiguo Testamento”. Pero este fue inventado y escrito por judíos hace unos dos mil años y nunca antes.
Miguel Serrano en su libro “Nacionalsocialismo” (capítulo I: la raza) afirma que “la misma Biblia no les pertenece, un documento trunco, adulterado, expoliado. Como milagro, se preservan en el Génesis algunos recuerdos antediluvianos, que han logrado sobrevivir a la falsificación. Los judíos conocieron retazos de este documento incompleto, luego llamado “Génesis”, y se lo apropiaron tal como harían muchos siglos después con la Kábala germánica, con el “Libro de las Tres Madres”. Por esto en la Biblia no podemos descubrir nada auténtico sobre el origen verdadero del judío”.
En un librito titulado “Manifiesto de los Eternos al planeta tierra”, referente a la misma cuestión bíblica y su origen, se afirma que “...utilizan la Biblia sin saber cómo fue escrita realmente. Hace casi dos mil años fue compilada por personas que no estaban capacitadas ni para saber sus propios idiomas, mucho menos para traducir e interpretar idiomas como el ario del hindustán, el sánscrito, el egipcio, el griego, el persa y otros. La Biblia no relata la historia de los judíos como muchos piensan, contiene relatos de pueblos asiáticos y otros. Los relatos atribuidos a los judíos son en su mayoría pertenecientes a otros pueblos”.
El Profesor Herman Wirth, fundador de la Ahnenerbe, creía que el judío habría sido una tribu de esclavos que vivió en la periferia de la hipotética gran civilización aria del Gobi y que cuando esta civilización desapareciera en un cataclismo, el judío habría seguido como esclavo o parásito-paria el éxodo de los arios (Este dato puede referirse más bien a los antecesores del judío en el servicio del Demiurgo, pues el judío como “pueblo” no existía entonces). Posteriormente, siguiendo esta teoría, el judío se habría apoderado de algunos documentos arios y los habría falseado, inventándose su propia historia nacional, sobre textos sagrados que en muchos casos no hacían referencia a hechos históricos sino iniciáticos. Pero el judío lo equivocaría todo. Serrano afirma que “los judíos se apropiaron todo, destruyéndolo, falseándolo, cambiando el sentido espiritual y geográfico y haciendo desaparecer la conexión extraterrestre y el origen del gran drama del descenso de los arios nephelin a combatir al Demiurgo en este astro. Y transforman esos documentos, que ellos han llamado “Biblia”, en un hacinamiento de historias agregadas en “historia nacional judía”, donde se apropian y falsifican todo, haciendo aparecer a David, a Salomón, a Moisés, como seres reales y como judíos. Siendo que no lo fueron”.
Llegando al fondo del misterio, la ariosofía descubriría el horror de la conspiración ante la que nos enfrentamos. Los judíos más “puros”, en su impureza, son quienes conforman el “Sanedrín Secreto de Israel”: engendros de la Bestia, hijos del “Pacto Satánico”, la sodomita “aristocracia racial judía”, creaturas y servidores de un Demiurgo-Demonio.
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