Primero de todo, huelga decir que el siguiente articulo no es obra nuestra, sino mas bien de CEDADE (la recopilación) y de otros autores tales como Joaquín Bochaca o Salvador borrego entre otros (la información).
En el próximo articulo podremos ver con algo mas de detalle y de una manera muy sencilla la idea económica del Nazismo, su efectividad radicaba en la simpleza ya que cualquier hombre podía entender su esencia: "El trabajo como pilar básico de la economía."
Una cosa mas antes de nada, surcando la red nos hemos topado con ciertos artículos en diferentes blogs de apariencia izquierdista, pro comunistas etcétera, que intentan malamente desprestigiar la maravillosa armonía del Nacional Socialismo, no solo en sus políticas sociales, como ya es habitual en esta clase de gente que prefiere mas la critica que la lectura; No contentos con eso, ahora han decidido dar el salto a degradar la economía también, argumentando sandeces del tipo de que la economía NS es principalmente Capitalista o que esta completamente subyugada al capital, entre otras idioteces. Ironías de la vida, mas bien de la Historia, que los mismos que acusan de capitalistas a los verdaderos antagonistas del mismo, y que a la vez se autoproclaman principal bastión ideológico contra las fuerzas del Capital hayan sido financiados desde su inicio (Si, nos referimos a la revolución Bolchevique) por Wall Street o Industria y Bancos de... ¿Que origen? Sobra decirlo.
EL ARTICULO:
No hacía falta poseer una formación de economista profesional para darse
cuenta como se daba cuenta Hitler, de las consecuencias socio políticas
de ciertos acontecimientos que hasta el momento habían repercutido sobre
Alemania, como la inflación de 1923 que afectaba a la vida de todas las
familias germanas. Respecto al paro galopante, este supuso un progresivo
incremento que llevó de un millón trescientos cincuenta mil parados en
septiembre de 1923 a seis millones ciento treinta y nueve mil en 1933.
Estas cifras solamente hacen referencia a los desocupados registrados,
pero no reflejan al total de los parados efectivos del país ni tienen
tampoco en cuenta a los desocupados temporales en aquel periodo. La
clase media no poseía sindicatos ni seguro de desempleo; el pequeño
propietario, el tendero o el modesto industrial se veían obligados a
vender sus propiedades a precios de devaluación. Propiedades que iban a
parar a manos de los magnates de los negocios y de los especuladores. En
las masas alemanas, en especial entre la clase media modesta, reinó
durante la inflación un sentimiento anticapitalísta dirigido contra los
grandes consorcios industriales, los trust y los grandes bazares tras
cuyos negocios se ocultaban seres extraños al verdadero pueblo alemán y
ajenos al sufrimiento de las masas (2). Esta es la Alemania que heredó
Hitler a principios de 1933. El programa de reivindicaciones presentado
por el Nacionalsocialismo era el siguiente: liquidación de las secuelas
del infamante Diktat impuesto tras el Tratado de Versalles; rearme a
nivel de los demás países, supresión de los partidos marxistas; lucha
contra la degeneración en todas sus formas, exaltación de la Raza;
afirmación de la Gran Alemania y liquidación del paro obrero, para lo
cual resultaba imprescindible el abandono del sistema capitalista y de
su herramienta, el Patrón Oro, sustituyéndolo por el Patrón Trabajo (las
teorías económicas de Hitler representaban el retorno al Orden Natural
de la Economía y, a su vez, el aplastamiento del "Sistema" en Alemania)
(3).
Escribía con acierto un tal Pujol a mediados de los años treinta en la
revista "Aspa" (4) que si un taumaturgo animado de ideas subversivas
hiciera volatilizarse súbitamente el hierro del mundo, produciría una
catástrofe inmensa. Las ciudades modernas se vendrían abajo de repente;
desaparecerían los buques y las locomotoras; se perderían un sinfin de
instrumentos de trabajo; sería como si no hubiesen existido nunca el
automovilismo o la aviación; quedarían sin cultivar las tierras. Pero
que este mismo taumaturgo hiciese desaparecer todo el oro habido en el
planeta y la única contrariedad que ocasionaría sería que algunos
millares de personas perderían parte de su dentadura. Ni para la
alimentación del hombre ni para la construcción de nada esencial se
echaría de menos al oro. Tan inútil es que de hecho no se emplea sino
como un fetiche, bien encerrado en determinados sótanos bancarios.
El oro es el fetiche que el Sistema de la Finanza Internacional esgrime
como medio de dominación mundial. Decía Hugo Wast en su obra "Oro" (5)
que "mientras los otros pueblos manejan la espada, el judío, arrinconado
en el Ghetto, aprendía los secretos del oro. A medida que lo acaparaba,
y a fin de aumentar su valor, sus financistas iban haciendo penetrar en
las universidades y en los libros cristianos, como un dogma económico
(pero del cual se mofarían los siglos venideros): "no puede haber moneda
sana que no tenga por garantía el oro".
Pero este poder internacional lo que esgrime como arma no es el oro en
sí, metal pesado, difícil de transportar y de manejar en grandes
cantidades, sino el "fantasma" del oro, la representación nominal, la
sombra del oro. Arguyendo que en tales o cuales sótanos bancarios lo
tienen encerrado como a un animal fabuloso, capaz de originar los
mayores desastres, mostrando los papeles que acreditan tenerlo allí
realmente, la Finanza sionista ha logrado durante muchos años intimidar
al mundo. En torno a la potencia misteriosa de ese fetiche se ha
construido una especie de ciencia esotérica mejor una pseudociencia
disfrazada de grandes ropajes de disquisiciones abstrusas - cuyo
conocimiento monopolizan ciertos "técnicos" al servicio del poder
sionista de la Finanza (6)…
…Ante el espectáculo de los pueblos sometidos al sistema económico
capitalista, y queriendo Hitler sustraer a Alemania a tal esclavitud,
afirmaba rotundamente que "el pueblo no vive para la Economía y la
Economía no existe para el Capital, sino que es el Capital quien sirve a
la Economía y la Economía al Pueblo". Había demostrado a su vez con
hechos palpables que la riqueza no es el oro sino el trabajo. Y así iba
quedando en entredicho la aberración de que el dinero debe privar por
encima de los valores del espíritu. Hitler había recibido, como vimos,
una Alemania arruinada tras la derrota de 1918 y por las sanciones
económicas impuestas, y exhausta a causa de la gran crisis y de las
luchas internas. Con sus nuevas fórmulas económicas pero no menos
gracias a su férrea voluntad y a la inteligencia y disciplina de un
pueblo - Hitler estaba elevando a la minúscula Alemania al rango de gran
potencia internacional. El presidente americano Roosevelt, que había
ascendido al poder al mismo tiempo que Hitler, gobernando un país 19
veces mayor que el Reich, contando con recursos económicos infinitamente
superiores y dotado de vastos campos agrícolas y fértiles tierras, no
lograba encontrar el medio de dar trabajo a sus once millones de
parados. Ni siquiera Inglatarra y Francia, pese a sus imperios
coloniales, lograban librarse de las secuelas de la gran crisis al
seguir estando sometidas al Sistema del becerro de oro (8).
Lo importante para Hitler no era el tener cierta cantidad de oro en una
gaveta o en un sótano de banco, sino el que las gentes comiese lo mejor
posible, que viviesen en casas higiénicas, decorosas y estéticas, que
pudiesen trasladarse cómoda y fácilmente de un lugar a otro en medios de
locomoción propios o públicos, se vistiesen con decencia y elegancia,
dispusiesen de libros, de objetos artísticos, de centros de cultura, de
escuelas, universidades y museos, que tuviesen teatros, lugares de
esparcimiento físico y recreativos, templos para el culto divino y, por
supuesto, medios de defensa. El oro no crea nada y sin creación de
riqueza, ¿cómo habría de conseguirse y sostenerse un estado de
prosperidad y de bienestar como el descrito?.
Si los "superdotados" de la denominada "Ciencia Económica" alegaban que
tales tierras no podían dedicarse al cultivo ni emplear en ellas a un
determinado número de parados a consecuencia de que no había dinero para
llevar a cabo tal empresa, esta razón era generalmente aceptada. Pero el
sistema Nacionalsocialista se desentendía de que hubiese o no divisas en
las cajas bancarias u oro en sus sótanos; lo que hacia era emitir el
dinero papel necesario; con esas tierras puestas en cultivo creaba una
nueva fuente de trabajo, empleaba a su vez a los cesantes y con ello
aumentaba la producción. Este mismo aumento de la producción era la
garantía de la anterior emisión de dinero que se había lanzado. De esta
forma, en vez de ser el oro el que apuntalase el billete de banco, era
el trabajo quien lo sostenía. Dicho en palabras del propio Hitler: "La
riqueza no es el dinero sino el trabajo mismo".
Si en determinado lugar se contaba con individuos sanos, capaces de
desempeñar un trabajo, y a su vez habían obras que llevar a cabo, el
Sistema financista preguntaba si además, había dinero, pues sin este
tercer requisito las obras no daban comienzo y los parados continuaban
como tales. El sistema Nacionalsocialista no preguntaba por el tercer
requisito, el dinero, pues la producción que llevarían a cabo los
hombres puestos manos a la obra, fruto de su trabajo, era un valor en sí
mismo. Y todo valor, toda riqueza (en este caso el de las obras
realizadas) ha de estar representado por un dinero. En definitiva, el
dinero viene luego, y sólo como símbolo de ese valor intrínseco y
verdadero. Hitler había advertido: "No poseemos oro, mas el oro de
Alemania es la capacidad de trabajo del pueblo alemán. La riqueza no
está en el dinero, sino en el trabajo". Los embaucadores
internacionales, paladines del becerro de oro, clamaban horrorizados que
aquello era una pura herejía que atentaba contra la infalible "Ciencia
Económica" erigida en tabú. Hitler refutaba que "el crimen no es atentar
contra ciertos principios de una tal pseudo ciencia económica sino el
mantener cesantes indefinidamente a millones de individuos sanos y
fuertes". La inflación decía Hitler no la provoca el aumento de la
circulación monetaria, nace el día en que se exige al comprador, por el
mismo suministro, una suma superior que la exigida la víspera. Allí es
donde hay que intervenir. Incluso a Schacht tuve que empezar a
explicarle esta verdad elemental: Que la causa esencial de la
estabilidad de nuestra moneda había que buscarla en los campos de
concentración. La moneda permanece estable en cuanto los especuladores
van a un campo de trabajo. Tuve igualmente que hacerle comprender a
Schacht que los beneficios excesivos deben retirarse del ciclo
económico."Todas estas cosas son simples y naturales. Lo fundamental es
no permitir que los judíos metan en ellas sus narices. La base de la
política comercial judía reside en hacer que los negocios llegasen a ser
incomprensibles para un cerebro normal. Se extasía uno ante la ciencia
de los grandes economistas. ¡Al que no comprende nada se le califica de
ignorante! En el fondo, la única razón de la existencia de tales
argucias es que lo enredan todo... Sólo los profesores no han
comprendido que el valor del dinero depende de las mercancías que el
dinero tiene detrás. Dar dinero es únicamente un problema de fabricación
de papel. Toda la cuestión es saber si los trabajadores producen en la
medida de la fabricación de papel. Si el trabajo no aumenta y por tanto
la producción queda al mismo nivel, el aumento de dinero no les
permitirá comprar más cosas que las que compraban antes con menos
dinero. Evidentemente esta teoría no hubiera podido suministrar la
materia de una disertación científica. Al economista distinguido le
importaba sobre todo exponer ideas envueltas en frases sibilinas".
"Demostré a Zwiedineck que el Patrón Oro, la cobertura de la moneda,
eran puras ficciones, y que me negaba en el futuro a considerarlas como
venerables e intangibles; que a mis ojos el dinero no representaba nada
más que la contra partida de un trabajo y que no tenía por tanto valor
más que en la medida que representase trabajo realmente efectuado.
Precisé que allí donde el dinero no representaba trabajo, para mí
carecía de valor…”.
Alemania no era la hermética Rusia, sino todo lo contrario. Todo el que
quiso cerciorarse de aquella gran verdad pudo comprobarlo e informar
sobre el propio terreno. A España llegaban las informaciones de prensa
desde el Reich a través del corresponsal de "ABC" César González Ruano,
autor de una serie de magníficos reportajes al respecto. Economistas de
un sinfín de países comprobaban sorprendidos aquellos éxitos. El
norteamericano Radcliffe Collage tuvo a bien enviar a la capital alemana
al economista antinazi Máxime Y. Sweezy, quien refleja sus impresiones
al respecto en su obra "La Economía Nacional Socialista": El pensamiento
occidental, cegado por los conceptos de una economía arcaica, creyó que
la inflación, la falta de recursos, o una revolución, condenaban a
Hitler al fracaso... Mediante obras públicas y subsidios para trabajos
de construcción privada se logró la absorción de los cesantes. Se cuidó
de que los trabajadores de determinada edad, especialmente aquellos que
sostenían familias numerosas, tuvieran preferencia sobre los de menor
edad y menores obligaciones... Se desplazó a los jóvenes desocupados
hacia esferas de actividad de carácter más social que comercial, como
los Cuerpos del Servicio del Trabajo, de Auxilios Agrícolas y de Trabajo
Agrícola Anual.
"En el otoño de 1936 ya no existía duda alguna sobre el éxito del primer
plan cuatrienal. La desocupación había dejado de ser un problema e
inclusive se necesitaban más obreros. El segundo plan cuatrienal quedó
bajo la dirección del general Göring, cuya principal meta era
independizar a Alemania de todos los víveres y materias primas
importadas...
"La estabilización de precios que resultó de la intervención oficial
Nacionalsocialista debe conceptuarse como un éxito notable, único en la
historia económica desde la revolución industrial." (11).
Y, ¿cómo había logrado Adolfo Hitler tan milagrosa transformación si
Alemania carecía de oro en sus bancos y en sus minas, y de divisas en
sus reservas?. Desde luego la fórmula no era un secreto, pero resultaba
inverosímilmente simple ante tanta disquisición pseudocientífica de la
enrevesada economía financiera sionista que los poderes del Sistema
habían hecho circular por el mundo. Se basaba, principalmente, en el
citado principio de que "la riqueza no es el dinero sino el trabajo". En
consecuencia, si era el dinero lo que faltaba, se emitía, y si los
embaucadores de la Alta Finanza alegaban que tal cosa era una herejía,
bastaba con aumentar la producción y con regular los salarios y los
capitales para que no se produjera ningún crack económico. Cuando la
masa de billetes que circula en un país está en proporción de sus
necesidades comerciales y de su producción, esos billetes conservan
intacto su valor habitual, aunque no tengan ni un gramo de oro como
garantía. El citado economista norteamericano Sweezy pudo comprobar como
se daba ese audaz paso económico, escribiendo a posteriori: "Los
dividendos mayores del 6 % debían ser invertidos en empréstitos
públicos. Se considera que el aumento de billetes es malo, pero esto no
tiene gran importancia cuando se regulan los salarios y los precios,
cuando el gobierno monopoliza el mercado de capitales y cuando la
propaganda oficial entusiasma al pueblo" (12)…
…la influencia de los sionistas se neutralizó a fin de que no afectara
al resto de trabajadores, "con objeto de que el contagio fuera mínimo";
y las ganancias de los negociantes se redujeron a límites razonables.
(13)
La importancia que la economía Nacionalsocialista atribuía a la
producción no sólo era como medida de lucha contra la desocupación, como
hemos podido constatar, sino como capital efectivo de la nación.
Nuestra misión en el futuro será también la de preservar de ilusiones al
pueblo, alemán. La peor ilusión es la de creer que se puede gozar de
algo que anteriormente no ha sido creado y producido por el trabajo. Con
otras palabras: Nuestro deber en el futuro será también el de hacer
comprender a todo alemán, tanto de la ciudad como del campo, que el
valor de su trabajo siempre debe ser igual al de su salario. Es decir,
el labrador sólo puede recibir a cambio de los productos que obtiene de
la tierra aquello que el obrero de la ciudad ha alcanzado anteriormente
con su trabajo y este último a su vez sólo puede recibir lo que el
labrador ha conseguido arrancar del suelo y todos entre sí sólo pueden
cambiar aquello que producen; la moneda sólo sirve para desempeñar su
papel de medidora; en sí misma no posee ningún valor propio. Todo marco
que se pague de más en Alemania presupone que el trabajo ha sido
aumentado por el valor de un marco, pues de lo contrario este marco es
un simple pedazo de papel desprovisto de todo poder adquisitivo. Sin
embargo, nosotros queremos que nuestro marco continúe siendo un papel
honrado, una orden de pago por el producto de un trabajo igualmente
honrado, la única y efectiva. Por esta razón hemos sido capaces, sin oro
y sin divisas, de mantener el valor del marco alemán y con ello hemos
asegurado el valor de nuestros depósitos de Caja de Ahorros en una época
en que aquellos países, que rebosaban de oro y de divisas, han tenido
que devaluar su misma moneda!. (14)
El 30 de enero de 1939, declaraba Hitler en respuesta a la crítica
contra el trueque: "El sistema alemán de dar por un trabajo realizado
noblemente un contrarendamiento también noblemente realizado, constituye
una práctica más decente que el pago por divisas que un año más tarde
han sido desvalorizadas en un tanto por ciento cualquiera. Hoy nos
reímos de esa época en que nuestros economistas pensaban con toda
seriedad que el valor de una moneda se encuentra determinado por las
existencias en oro y divisas depositadas en las cajas de los bancos del
Estado y, sobre todo, que el valor se encontraba garantizado por estas.
En lugar de ello hemos aprendido a conocer que el valor de una moneda
reside en la energía de la producción de un pueblo”.
El ex Primer ministro francés Paul Reynard, narra en sus "Revelaciones"
que, en 1923 se trabajaban en Alemania 8.999 millones de horas y en
Francia 8.184 millones. En 1937 (bajo el sistema Nacionalsocialista que
absorbió a todos los cesantes) se trabajaban en Alemania 16.201 millones
de horas, y 6.179 en Francia. Como resultado, la producción industrial y
agraria de Alemania llegó a sextuplicarse en algunos ramos y así la
realidad trabajo fue imponiéndose a la ficción oro. Un viejo anhelo de
la filosofía idealista alemana iba triunfando aún en el duro terreno de
la economía. (15)
Pero la riqueza la crea el trabajo sólo cuando este se realiza en un
ambiente de orden y alegría profunda. Riqueza son las máquinas, los
instrumentos que se exportan y se intercambian, los inventos que
permiten ir dominando la Naturaleza hermética y hostil, los
descubrimientos de los investigadores científicos que le arrancan sus
secretos y contribuyen a mejorar las condiciones de la vida, las
creaciones de la artesanía y del arte, la disciplina y la paz interna
que hacen posible y alimentan la colaboración entre los conciudadanos.
El oro no es más que un triste medio, un instrumento de cambio. Pero si
se tiene en cuenta que la realidad es que no circula, ni siquiera en las
naciones que lo poseen, en que su función es reemplazada por papel
moneda, o sea, un signo de confianza en la existencia de una riqueza
metalica e infecunda ¿cómo no lo ha de cumplir con facilidad dentro de
una nación el signo de confianza en su propia laboriosidad creadora, y
fuera de ella los productos reales y efectivos de su trabajo, es decir,
la riqueza ya creada y apta para la exportación?, y si se pueden
intercambiar los productos propios y las materias primas entre las
naciones, ¿para qué hacer intervenir en el intercambio a un tercero que
nos suministre su oro y que haga triangular la operación, con la única
ventaja de reportarle a él un beneficio cuando no el logro de un control
en la economía de los países a los cuales les "suministra" ese oro?.
(16)
Es obvio que esto entraba en pugna con los intereses de una de las ramas
del judaísmo que halla más cómodo y rentable amasar fortunas en hábiles
especulaciones, monopolios o transacciones de Bolsa que forjar
patrimonios mediante el trabajo constructivo. Esta desmedida ambición de
los poderes capitalistas supranacionales ya había sido denunciada por el
filósofo francés Gustave Bon, quien, en su obra "La Civilización de los
Arabes" había escrito "Los reyes del siglo en que luego entraremos serán
aquellos que mejor sepan apoderarse de las riquezas. Los judíos poseen
esta aptitud hasta el extremo que nadie ha igualado todavía". (17)
Hitler se destacaba como el mayor opositor a esos detentadores del oro
internacional y ya desde 1923 había dejado escrito que el Capital debe
hallarse sometido a la Supremacía de la nación en vez de figurar como
una potencia internacional independiente. El capital decía debe actuar
en favor de la soberanía de la nación en lugar de convertirse en el amo
de ésta. Es inaceptable que el capital pretenda regirse leyes
internacionales atendiendo únicamente a lograr su propio incremento. En
las democracias la economía ha logrado imponerse al interés de la
colectividad y si para sus conveniencias utilitarias es más atractivo
financiar a los especuladores que a los productores de víveres puede
hacerlo sin ningún obstáculo. De idéntica forma puede ayudar más a los
capitalistas extranjeros que a los propios si de esa forma obtiene
mayores dividendos. El bien de la patria y de la nacionalidad no cuentan
para nada en la "Ciencia Económica" del becerro de oro. (18)
Una vez afianzada la economía Nacionalsocialista pudo anunciar Hitler el
10 de diciembre de 1940: "Estoy convencido de que el oro se ha vuelto un
medio de opresión sobre los pueblos. No nos importa carecer de él. El
oro no se come. Tenemos en cambio la fuerza productora del pueblo
alemán... En los países capitalistas el pueblo existe para la economía y
la economía para el capital. Entre nosotros ocurre al revés: El capital
existe para la economía y la economía para el pueblo. Lo primero es el
pueblo y todo lo demás son solamente medios para obtener el bien del
pueblo. Nuestra industria de armamento podría repartir dividendos del
75, 140 o 160 por ciento... Creo que es suficiente un seis por ciento...
Cada consejero en los países capitalistas asiste una vez al año a una
junta; oye un informe, que a veces suscita discusiones. Y por este
trabajo recibe anualmente 60.000, 80.000 o 100.000 marcos. Esas
prácticas inicuas las hemos borrado entre nosotros. A quienes con su
genio y laboriosidad han hecho o descubierto algo que sirve grandemente
a nuestro pueblo, les otorgamos y lo merecen - la recompensa apropiada.
¡Pero no queremos zánganos!". (19)
Carlos Roel en su obra "Hitler y el Nazismo", escribe: "La judería se
alarmó, pues siendo el acaparamiento del oro y el dominio de la Banca
sus medios de dominación mundial, significaba un grave peligro para ello
el triunfo de un Estado que podría pasarse sin oro, y además,
desvincular sus instituciones de crédito de la red internacional
israelita, ya que muchos otros se apresurarían a imitarlo. ¿Cómo evitar
ese peligro? No había sino una forma, aniquilar a Alemania" (23). El
citado autor agrega en su obra que esos amos del crédito llevaban a cabo
fabulosas especulaciones a costa de las comunidades nacionales; fundando
monopolios y provocando artificialmente crisis y carestías. Y como
estaban en condiciones de elevar o de abaratar los valores de la bolsa a
su libre albedrío sus perspectivas de lucro se volvían prácticamente
infinitas. (24)
"Hitler ponía en práctica el patrón Trabajo, opuesto al patrón Oro. En
sus relaciones comerciales internacionales preconizaba el "barter"
(intercambio) y estaba dispuesto a no aceptar los préstamos bancarios
extranjeros (la Banca alemana había sido embridada y puesta al servicio
del Reich). Esto era fatal para la Alta Finanza Internacional, no ya por
el hecho de haber perdido al importante mercado alemán, sino por el
peligro que representaba el Reich, en su doble vertiente de su expansión
económica y de ejemplo para otros países que desearan romper las cadenas
de la Kapinter…"En plena guerra, en Alemania, no se habla de la
necesidad de aumentar los impuestos, ni de estimular el ahorro ni de
lanzar enormes empréstitos de guerra. Muy al contrario. Recientemente
acaba de abolirse un importante impuesto. El dinero es tan abundante
que, desde nuestro punto de vista, no tiene explicación. Hitler parece
haber descubierto el secreto de trabajar sin un sistema financiero
clásico y haber puesto en marcha un sistema basado en el movimiento
perpetuo" ("The Times", Londres, 11 y 13 X 1940 y 15 X 1940).
"Mucho se habla de los "negocios de guerra" y los beneficios de los
fabricantes de armamento, pero ésta es una causa circunstancial. La
razón principal siempre estribó en que la política financiera de Hitler,
significaba, a la corta o a la larga y más a la corta que a la larga el
fin de lo que actualmente se denomina el Establishment: La Finanza
Internacional".
"A nuestros ojos, el oro no es un factor de valor, sino un solo elemento
de opresión y dominación de los pueblos. Si no tenemos oro tenemos, en
cambio, la fuerza del trabajo. Y la fuerza del trabajo alemán es nuestro
oro. Solo el trabajo crea nuevo trabajo. No es el dinero que lo crea".
Adolf Hitler, discurso sobre Economía pronunciado el 10 de Diciembre de
1940.
Notas:
2) Alan Bullock, en "Hifier". Ed. Bruguera.
3) Ver Joaquín Bochaca. "El enigma capitalista". Toda la genial idea de
Hitler se basaba en un fundamento principal: Oponer el trabajo al oro.
Hecho esto, el dominio económico mundial desaparece.
4) Ver Pujol, en "Alemania o la propiedad sin oro”. Revista "Aspa".
1936.
5) Hugo Wast, en "Oro"(El Kahal). Buenos Aires, 1938.
6) Ver Pujol opción citada.
8) Ver Salvador Borrego, "El Trono del Oro" en su obra "Derrota
Mundial". México.
11) Citado por S. Borrego, Op. cit.
12) Idem.
13) Idem.
14) Citado por Cesare Santoro en "Socialismo Nacional frente a
Socialismo Internacional". Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales.
México.
15) Citado por Salvador Borrego, op. cit.
16) Ver Pujol en su citado trabajo de "Aspa".
17) Idem.
18) Idem.
19) Idem.
20) Alan Bullock, op. cit.
23) Salvador Borrego, op. cit.
24) Idem.
cuenta como se daba cuenta Hitler, de las consecuencias socio políticas
de ciertos acontecimientos que hasta el momento habían repercutido sobre
Alemania, como la inflación de 1923 que afectaba a la vida de todas las
familias germanas. Respecto al paro galopante, este supuso un progresivo
incremento que llevó de un millón trescientos cincuenta mil parados en
septiembre de 1923 a seis millones ciento treinta y nueve mil en 1933.
Estas cifras solamente hacen referencia a los desocupados registrados,
pero no reflejan al total de los parados efectivos del país ni tienen
tampoco en cuenta a los desocupados temporales en aquel periodo. La
clase media no poseía sindicatos ni seguro de desempleo; el pequeño
propietario, el tendero o el modesto industrial se veían obligados a
vender sus propiedades a precios de devaluación. Propiedades que iban a
parar a manos de los magnates de los negocios y de los especuladores. En
las masas alemanas, en especial entre la clase media modesta, reinó
durante la inflación un sentimiento anticapitalísta dirigido contra los
grandes consorcios industriales, los trust y los grandes bazares tras
cuyos negocios se ocultaban seres extraños al verdadero pueblo alemán y
ajenos al sufrimiento de las masas (2). Esta es la Alemania que heredó
Hitler a principios de 1933. El programa de reivindicaciones presentado
por el Nacionalsocialismo era el siguiente: liquidación de las secuelas
del infamante Diktat impuesto tras el Tratado de Versalles; rearme a
nivel de los demás países, supresión de los partidos marxistas; lucha
contra la degeneración en todas sus formas, exaltación de la Raza;
afirmación de la Gran Alemania y liquidación del paro obrero, para lo
cual resultaba imprescindible el abandono del sistema capitalista y de
su herramienta, el Patrón Oro, sustituyéndolo por el Patrón Trabajo (las
teorías económicas de Hitler representaban el retorno al Orden Natural
de la Economía y, a su vez, el aplastamiento del "Sistema" en Alemania)
(3).
Escribía con acierto un tal Pujol a mediados de los años treinta en la
revista "Aspa" (4) que si un taumaturgo animado de ideas subversivas
hiciera volatilizarse súbitamente el hierro del mundo, produciría una
catástrofe inmensa. Las ciudades modernas se vendrían abajo de repente;
desaparecerían los buques y las locomotoras; se perderían un sinfin de
instrumentos de trabajo; sería como si no hubiesen existido nunca el
automovilismo o la aviación; quedarían sin cultivar las tierras. Pero
que este mismo taumaturgo hiciese desaparecer todo el oro habido en el
planeta y la única contrariedad que ocasionaría sería que algunos
millares de personas perderían parte de su dentadura. Ni para la
alimentación del hombre ni para la construcción de nada esencial se
echaría de menos al oro. Tan inútil es que de hecho no se emplea sino
como un fetiche, bien encerrado en determinados sótanos bancarios.
El oro es el fetiche que el Sistema de la Finanza Internacional esgrime
como medio de dominación mundial. Decía Hugo Wast en su obra "Oro" (5)
que "mientras los otros pueblos manejan la espada, el judío, arrinconado
en el Ghetto, aprendía los secretos del oro. A medida que lo acaparaba,
y a fin de aumentar su valor, sus financistas iban haciendo penetrar en
las universidades y en los libros cristianos, como un dogma económico
(pero del cual se mofarían los siglos venideros): "no puede haber moneda
sana que no tenga por garantía el oro".
Pero este poder internacional lo que esgrime como arma no es el oro en
sí, metal pesado, difícil de transportar y de manejar en grandes
cantidades, sino el "fantasma" del oro, la representación nominal, la
sombra del oro. Arguyendo que en tales o cuales sótanos bancarios lo
tienen encerrado como a un animal fabuloso, capaz de originar los
mayores desastres, mostrando los papeles que acreditan tenerlo allí
realmente, la Finanza sionista ha logrado durante muchos años intimidar
al mundo. En torno a la potencia misteriosa de ese fetiche se ha
construido una especie de ciencia esotérica mejor una pseudociencia
disfrazada de grandes ropajes de disquisiciones abstrusas - cuyo
conocimiento monopolizan ciertos "técnicos" al servicio del poder
sionista de la Finanza (6)…
…Ante el espectáculo de los pueblos sometidos al sistema económico
capitalista, y queriendo Hitler sustraer a Alemania a tal esclavitud,
afirmaba rotundamente que "el pueblo no vive para la Economía y la
Economía no existe para el Capital, sino que es el Capital quien sirve a
la Economía y la Economía al Pueblo". Había demostrado a su vez con
hechos palpables que la riqueza no es el oro sino el trabajo. Y así iba
quedando en entredicho la aberración de que el dinero debe privar por
encima de los valores del espíritu. Hitler había recibido, como vimos,
una Alemania arruinada tras la derrota de 1918 y por las sanciones
económicas impuestas, y exhausta a causa de la gran crisis y de las
luchas internas. Con sus nuevas fórmulas económicas pero no menos
gracias a su férrea voluntad y a la inteligencia y disciplina de un
pueblo - Hitler estaba elevando a la minúscula Alemania al rango de gran
potencia internacional. El presidente americano Roosevelt, que había
ascendido al poder al mismo tiempo que Hitler, gobernando un país 19
veces mayor que el Reich, contando con recursos económicos infinitamente
superiores y dotado de vastos campos agrícolas y fértiles tierras, no
lograba encontrar el medio de dar trabajo a sus once millones de
parados. Ni siquiera Inglatarra y Francia, pese a sus imperios
coloniales, lograban librarse de las secuelas de la gran crisis al
seguir estando sometidas al Sistema del becerro de oro (8).
Lo importante para Hitler no era el tener cierta cantidad de oro en una
gaveta o en un sótano de banco, sino el que las gentes comiese lo mejor
posible, que viviesen en casas higiénicas, decorosas y estéticas, que
pudiesen trasladarse cómoda y fácilmente de un lugar a otro en medios de
locomoción propios o públicos, se vistiesen con decencia y elegancia,
dispusiesen de libros, de objetos artísticos, de centros de cultura, de
escuelas, universidades y museos, que tuviesen teatros, lugares de
esparcimiento físico y recreativos, templos para el culto divino y, por
supuesto, medios de defensa. El oro no crea nada y sin creación de
riqueza, ¿cómo habría de conseguirse y sostenerse un estado de
prosperidad y de bienestar como el descrito?.
Si los "superdotados" de la denominada "Ciencia Económica" alegaban que
tales tierras no podían dedicarse al cultivo ni emplear en ellas a un
determinado número de parados a consecuencia de que no había dinero para
llevar a cabo tal empresa, esta razón era generalmente aceptada. Pero el
sistema Nacionalsocialista se desentendía de que hubiese o no divisas en
las cajas bancarias u oro en sus sótanos; lo que hacia era emitir el
dinero papel necesario; con esas tierras puestas en cultivo creaba una
nueva fuente de trabajo, empleaba a su vez a los cesantes y con ello
aumentaba la producción. Este mismo aumento de la producción era la
garantía de la anterior emisión de dinero que se había lanzado. De esta
forma, en vez de ser el oro el que apuntalase el billete de banco, era
el trabajo quien lo sostenía. Dicho en palabras del propio Hitler: "La
riqueza no es el dinero sino el trabajo mismo".
Si en determinado lugar se contaba con individuos sanos, capaces de
desempeñar un trabajo, y a su vez habían obras que llevar a cabo, el
Sistema financista preguntaba si además, había dinero, pues sin este
tercer requisito las obras no daban comienzo y los parados continuaban
como tales. El sistema Nacionalsocialista no preguntaba por el tercer
requisito, el dinero, pues la producción que llevarían a cabo los
hombres puestos manos a la obra, fruto de su trabajo, era un valor en sí
mismo. Y todo valor, toda riqueza (en este caso el de las obras
realizadas) ha de estar representado por un dinero. En definitiva, el
dinero viene luego, y sólo como símbolo de ese valor intrínseco y
verdadero. Hitler había advertido: "No poseemos oro, mas el oro de
Alemania es la capacidad de trabajo del pueblo alemán. La riqueza no
está en el dinero, sino en el trabajo". Los embaucadores
internacionales, paladines del becerro de oro, clamaban horrorizados que
aquello era una pura herejía que atentaba contra la infalible "Ciencia
Económica" erigida en tabú. Hitler refutaba que "el crimen no es atentar
contra ciertos principios de una tal pseudo ciencia económica sino el
mantener cesantes indefinidamente a millones de individuos sanos y
fuertes". La inflación decía Hitler no la provoca el aumento de la
circulación monetaria, nace el día en que se exige al comprador, por el
mismo suministro, una suma superior que la exigida la víspera. Allí es
donde hay que intervenir. Incluso a Schacht tuve que empezar a
explicarle esta verdad elemental: Que la causa esencial de la
estabilidad de nuestra moneda había que buscarla en los campos de
concentración. La moneda permanece estable en cuanto los especuladores
van a un campo de trabajo. Tuve igualmente que hacerle comprender a
Schacht que los beneficios excesivos deben retirarse del ciclo
económico."Todas estas cosas son simples y naturales. Lo fundamental es
no permitir que los judíos metan en ellas sus narices. La base de la
política comercial judía reside en hacer que los negocios llegasen a ser
incomprensibles para un cerebro normal. Se extasía uno ante la ciencia
de los grandes economistas. ¡Al que no comprende nada se le califica de
ignorante! En el fondo, la única razón de la existencia de tales
argucias es que lo enredan todo... Sólo los profesores no han
comprendido que el valor del dinero depende de las mercancías que el
dinero tiene detrás. Dar dinero es únicamente un problema de fabricación
de papel. Toda la cuestión es saber si los trabajadores producen en la
medida de la fabricación de papel. Si el trabajo no aumenta y por tanto
la producción queda al mismo nivel, el aumento de dinero no les
permitirá comprar más cosas que las que compraban antes con menos
dinero. Evidentemente esta teoría no hubiera podido suministrar la
materia de una disertación científica. Al economista distinguido le
importaba sobre todo exponer ideas envueltas en frases sibilinas".
"Demostré a Zwiedineck que el Patrón Oro, la cobertura de la moneda,
eran puras ficciones, y que me negaba en el futuro a considerarlas como
venerables e intangibles; que a mis ojos el dinero no representaba nada
más que la contra partida de un trabajo y que no tenía por tanto valor
más que en la medida que representase trabajo realmente efectuado.
Precisé que allí donde el dinero no representaba trabajo, para mí
carecía de valor…”.
Alemania no era la hermética Rusia, sino todo lo contrario. Todo el que
quiso cerciorarse de aquella gran verdad pudo comprobarlo e informar
sobre el propio terreno. A España llegaban las informaciones de prensa
desde el Reich a través del corresponsal de "ABC" César González Ruano,
autor de una serie de magníficos reportajes al respecto. Economistas de
un sinfín de países comprobaban sorprendidos aquellos éxitos. El
norteamericano Radcliffe Collage tuvo a bien enviar a la capital alemana
al economista antinazi Máxime Y. Sweezy, quien refleja sus impresiones
al respecto en su obra "La Economía Nacional Socialista": El pensamiento
occidental, cegado por los conceptos de una economía arcaica, creyó que
la inflación, la falta de recursos, o una revolución, condenaban a
Hitler al fracaso... Mediante obras públicas y subsidios para trabajos
de construcción privada se logró la absorción de los cesantes. Se cuidó
de que los trabajadores de determinada edad, especialmente aquellos que
sostenían familias numerosas, tuvieran preferencia sobre los de menor
edad y menores obligaciones... Se desplazó a los jóvenes desocupados
hacia esferas de actividad de carácter más social que comercial, como
los Cuerpos del Servicio del Trabajo, de Auxilios Agrícolas y de Trabajo
Agrícola Anual.
"En el otoño de 1936 ya no existía duda alguna sobre el éxito del primer
plan cuatrienal. La desocupación había dejado de ser un problema e
inclusive se necesitaban más obreros. El segundo plan cuatrienal quedó
bajo la dirección del general Göring, cuya principal meta era
independizar a Alemania de todos los víveres y materias primas
importadas...
"La estabilización de precios que resultó de la intervención oficial
Nacionalsocialista debe conceptuarse como un éxito notable, único en la
historia económica desde la revolución industrial." (11).
Y, ¿cómo había logrado Adolfo Hitler tan milagrosa transformación si
Alemania carecía de oro en sus bancos y en sus minas, y de divisas en
sus reservas?. Desde luego la fórmula no era un secreto, pero resultaba
inverosímilmente simple ante tanta disquisición pseudocientífica de la
enrevesada economía financiera sionista que los poderes del Sistema
habían hecho circular por el mundo. Se basaba, principalmente, en el
citado principio de que "la riqueza no es el dinero sino el trabajo". En
consecuencia, si era el dinero lo que faltaba, se emitía, y si los
embaucadores de la Alta Finanza alegaban que tal cosa era una herejía,
bastaba con aumentar la producción y con regular los salarios y los
capitales para que no se produjera ningún crack económico. Cuando la
masa de billetes que circula en un país está en proporción de sus
necesidades comerciales y de su producción, esos billetes conservan
intacto su valor habitual, aunque no tengan ni un gramo de oro como
garantía. El citado economista norteamericano Sweezy pudo comprobar como
se daba ese audaz paso económico, escribiendo a posteriori: "Los
dividendos mayores del 6 % debían ser invertidos en empréstitos
públicos. Se considera que el aumento de billetes es malo, pero esto no
tiene gran importancia cuando se regulan los salarios y los precios,
cuando el gobierno monopoliza el mercado de capitales y cuando la
propaganda oficial entusiasma al pueblo" (12)…
…la influencia de los sionistas se neutralizó a fin de que no afectara
al resto de trabajadores, "con objeto de que el contagio fuera mínimo";
y las ganancias de los negociantes se redujeron a límites razonables.
(13)
La importancia que la economía Nacionalsocialista atribuía a la
producción no sólo era como medida de lucha contra la desocupación, como
hemos podido constatar, sino como capital efectivo de la nación.
Nuestra misión en el futuro será también la de preservar de ilusiones al
pueblo, alemán. La peor ilusión es la de creer que se puede gozar de
algo que anteriormente no ha sido creado y producido por el trabajo. Con
otras palabras: Nuestro deber en el futuro será también el de hacer
comprender a todo alemán, tanto de la ciudad como del campo, que el
valor de su trabajo siempre debe ser igual al de su salario. Es decir,
el labrador sólo puede recibir a cambio de los productos que obtiene de
la tierra aquello que el obrero de la ciudad ha alcanzado anteriormente
con su trabajo y este último a su vez sólo puede recibir lo que el
labrador ha conseguido arrancar del suelo y todos entre sí sólo pueden
cambiar aquello que producen; la moneda sólo sirve para desempeñar su
papel de medidora; en sí misma no posee ningún valor propio. Todo marco
que se pague de más en Alemania presupone que el trabajo ha sido
aumentado por el valor de un marco, pues de lo contrario este marco es
un simple pedazo de papel desprovisto de todo poder adquisitivo. Sin
embargo, nosotros queremos que nuestro marco continúe siendo un papel
honrado, una orden de pago por el producto de un trabajo igualmente
honrado, la única y efectiva. Por esta razón hemos sido capaces, sin oro
y sin divisas, de mantener el valor del marco alemán y con ello hemos
asegurado el valor de nuestros depósitos de Caja de Ahorros en una época
en que aquellos países, que rebosaban de oro y de divisas, han tenido
que devaluar su misma moneda!. (14)
El 30 de enero de 1939, declaraba Hitler en respuesta a la crítica
contra el trueque: "El sistema alemán de dar por un trabajo realizado
noblemente un contrarendamiento también noblemente realizado, constituye
una práctica más decente que el pago por divisas que un año más tarde
han sido desvalorizadas en un tanto por ciento cualquiera. Hoy nos
reímos de esa época en que nuestros economistas pensaban con toda
seriedad que el valor de una moneda se encuentra determinado por las
existencias en oro y divisas depositadas en las cajas de los bancos del
Estado y, sobre todo, que el valor se encontraba garantizado por estas.
En lugar de ello hemos aprendido a conocer que el valor de una moneda
reside en la energía de la producción de un pueblo”.
El ex Primer ministro francés Paul Reynard, narra en sus "Revelaciones"
que, en 1923 se trabajaban en Alemania 8.999 millones de horas y en
Francia 8.184 millones. En 1937 (bajo el sistema Nacionalsocialista que
absorbió a todos los cesantes) se trabajaban en Alemania 16.201 millones
de horas, y 6.179 en Francia. Como resultado, la producción industrial y
agraria de Alemania llegó a sextuplicarse en algunos ramos y así la
realidad trabajo fue imponiéndose a la ficción oro. Un viejo anhelo de
la filosofía idealista alemana iba triunfando aún en el duro terreno de
la economía. (15)
Pero la riqueza la crea el trabajo sólo cuando este se realiza en un
ambiente de orden y alegría profunda. Riqueza son las máquinas, los
instrumentos que se exportan y se intercambian, los inventos que
permiten ir dominando la Naturaleza hermética y hostil, los
descubrimientos de los investigadores científicos que le arrancan sus
secretos y contribuyen a mejorar las condiciones de la vida, las
creaciones de la artesanía y del arte, la disciplina y la paz interna
que hacen posible y alimentan la colaboración entre los conciudadanos.
El oro no es más que un triste medio, un instrumento de cambio. Pero si
se tiene en cuenta que la realidad es que no circula, ni siquiera en las
naciones que lo poseen, en que su función es reemplazada por papel
moneda, o sea, un signo de confianza en la existencia de una riqueza
metalica e infecunda ¿cómo no lo ha de cumplir con facilidad dentro de
una nación el signo de confianza en su propia laboriosidad creadora, y
fuera de ella los productos reales y efectivos de su trabajo, es decir,
la riqueza ya creada y apta para la exportación?, y si se pueden
intercambiar los productos propios y las materias primas entre las
naciones, ¿para qué hacer intervenir en el intercambio a un tercero que
nos suministre su oro y que haga triangular la operación, con la única
ventaja de reportarle a él un beneficio cuando no el logro de un control
en la economía de los países a los cuales les "suministra" ese oro?.
(16)
Es obvio que esto entraba en pugna con los intereses de una de las ramas
del judaísmo que halla más cómodo y rentable amasar fortunas en hábiles
especulaciones, monopolios o transacciones de Bolsa que forjar
patrimonios mediante el trabajo constructivo. Esta desmedida ambición de
los poderes capitalistas supranacionales ya había sido denunciada por el
filósofo francés Gustave Bon, quien, en su obra "La Civilización de los
Arabes" había escrito "Los reyes del siglo en que luego entraremos serán
aquellos que mejor sepan apoderarse de las riquezas. Los judíos poseen
esta aptitud hasta el extremo que nadie ha igualado todavía". (17)
Hitler se destacaba como el mayor opositor a esos detentadores del oro
internacional y ya desde 1923 había dejado escrito que el Capital debe
hallarse sometido a la Supremacía de la nación en vez de figurar como
una potencia internacional independiente. El capital decía debe actuar
en favor de la soberanía de la nación en lugar de convertirse en el amo
de ésta. Es inaceptable que el capital pretenda regirse leyes
internacionales atendiendo únicamente a lograr su propio incremento. En
las democracias la economía ha logrado imponerse al interés de la
colectividad y si para sus conveniencias utilitarias es más atractivo
financiar a los especuladores que a los productores de víveres puede
hacerlo sin ningún obstáculo. De idéntica forma puede ayudar más a los
capitalistas extranjeros que a los propios si de esa forma obtiene
mayores dividendos. El bien de la patria y de la nacionalidad no cuentan
para nada en la "Ciencia Económica" del becerro de oro. (18)
Una vez afianzada la economía Nacionalsocialista pudo anunciar Hitler el
10 de diciembre de 1940: "Estoy convencido de que el oro se ha vuelto un
medio de opresión sobre los pueblos. No nos importa carecer de él. El
oro no se come. Tenemos en cambio la fuerza productora del pueblo
alemán... En los países capitalistas el pueblo existe para la economía y
la economía para el capital. Entre nosotros ocurre al revés: El capital
existe para la economía y la economía para el pueblo. Lo primero es el
pueblo y todo lo demás son solamente medios para obtener el bien del
pueblo. Nuestra industria de armamento podría repartir dividendos del
75, 140 o 160 por ciento... Creo que es suficiente un seis por ciento...
Cada consejero en los países capitalistas asiste una vez al año a una
junta; oye un informe, que a veces suscita discusiones. Y por este
trabajo recibe anualmente 60.000, 80.000 o 100.000 marcos. Esas
prácticas inicuas las hemos borrado entre nosotros. A quienes con su
genio y laboriosidad han hecho o descubierto algo que sirve grandemente
a nuestro pueblo, les otorgamos y lo merecen - la recompensa apropiada.
¡Pero no queremos zánganos!". (19)
Carlos Roel en su obra "Hitler y el Nazismo", escribe: "La judería se
alarmó, pues siendo el acaparamiento del oro y el dominio de la Banca
sus medios de dominación mundial, significaba un grave peligro para ello
el triunfo de un Estado que podría pasarse sin oro, y además,
desvincular sus instituciones de crédito de la red internacional
israelita, ya que muchos otros se apresurarían a imitarlo. ¿Cómo evitar
ese peligro? No había sino una forma, aniquilar a Alemania" (23). El
citado autor agrega en su obra que esos amos del crédito llevaban a cabo
fabulosas especulaciones a costa de las comunidades nacionales; fundando
monopolios y provocando artificialmente crisis y carestías. Y como
estaban en condiciones de elevar o de abaratar los valores de la bolsa a
su libre albedrío sus perspectivas de lucro se volvían prácticamente
infinitas. (24)
"Hitler ponía en práctica el patrón Trabajo, opuesto al patrón Oro. En
sus relaciones comerciales internacionales preconizaba el "barter"
(intercambio) y estaba dispuesto a no aceptar los préstamos bancarios
extranjeros (la Banca alemana había sido embridada y puesta al servicio
del Reich). Esto era fatal para la Alta Finanza Internacional, no ya por
el hecho de haber perdido al importante mercado alemán, sino por el
peligro que representaba el Reich, en su doble vertiente de su expansión
económica y de ejemplo para otros países que desearan romper las cadenas
de la Kapinter…"En plena guerra, en Alemania, no se habla de la
necesidad de aumentar los impuestos, ni de estimular el ahorro ni de
lanzar enormes empréstitos de guerra. Muy al contrario. Recientemente
acaba de abolirse un importante impuesto. El dinero es tan abundante
que, desde nuestro punto de vista, no tiene explicación. Hitler parece
haber descubierto el secreto de trabajar sin un sistema financiero
clásico y haber puesto en marcha un sistema basado en el movimiento
perpetuo" ("The Times", Londres, 11 y 13 X 1940 y 15 X 1940).
"Mucho se habla de los "negocios de guerra" y los beneficios de los
fabricantes de armamento, pero ésta es una causa circunstancial. La
razón principal siempre estribó en que la política financiera de Hitler,
significaba, a la corta o a la larga y más a la corta que a la larga el
fin de lo que actualmente se denomina el Establishment: La Finanza
Internacional".
"A nuestros ojos, el oro no es un factor de valor, sino un solo elemento
de opresión y dominación de los pueblos. Si no tenemos oro tenemos, en
cambio, la fuerza del trabajo. Y la fuerza del trabajo alemán es nuestro
oro. Solo el trabajo crea nuevo trabajo. No es el dinero que lo crea".
Adolf Hitler, discurso sobre Economía pronunciado el 10 de Diciembre de
1940.
Notas:
2) Alan Bullock, en "Hifier". Ed. Bruguera.
3) Ver Joaquín Bochaca. "El enigma capitalista". Toda la genial idea de
Hitler se basaba en un fundamento principal: Oponer el trabajo al oro.
Hecho esto, el dominio económico mundial desaparece.
4) Ver Pujol, en "Alemania o la propiedad sin oro”. Revista "Aspa".
1936.
5) Hugo Wast, en "Oro"(El Kahal). Buenos Aires, 1938.
6) Ver Pujol opción citada.
8) Ver Salvador Borrego, "El Trono del Oro" en su obra "Derrota
Mundial". México.
11) Citado por S. Borrego, Op. cit.
12) Idem.
13) Idem.
14) Citado por Cesare Santoro en "Socialismo Nacional frente a
Socialismo Internacional". Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales.
México.
15) Citado por Salvador Borrego, op. cit.
16) Ver Pujol en su citado trabajo de "Aspa".
17) Idem.
18) Idem.
19) Idem.
20) Alan Bullock, op. cit.
23) Salvador Borrego, op. cit.
24) Idem.
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